Puede parecer un contrasentido, pero en Internet es una verdad como un templo. Una paradoja, si quieren, pero tan cierta como que el ‘New York Times’ (NYT) acaba de convertir en gratuita su oferta de pago porquepuede “rentabilizar mejor a esos 227.000 usuarios fieles con publicidad“. Toma castaña. ¿Y ahora qué dirán los defensores del ‘pay per life’ y, en su órbita, los fundamentalistas del copyright?
Si los grandes emporios de la comunicación van aprendiendo poco a poco la gran lección de la web 2.0, dentro de la gran revolución que está siendo Internet en todas sus expresiones, ¿por qué mantienen su postura esos sectores recalcitrantes, lobbys, partidos y gobiernos que los apoyan? Gremios que se niegan no ya sólo a realizar un mínimo análisis científico del momento histórico que vivimos, sino por descontado a poner en marcha sus neuronas para integrarse en esa socialización de las ideas y las obras que está aquí para quedarse.
Lo gratuito vende más porque el usuario se ha convertido en el eje del nuevo modelo de mercado. Lo gratuito vende más porque el cliente tiene ahora, al fin, la posibilidad de elegir cuándo, dónde, cómo y en qué invertir su dinero. Lo gratuito vende más porque abusar, amedrentar, engañar y perseguir a quien te da de comer son hoy día actitudes en franca vía de extinción. Lo gratuito vende más porque el negocio ha dejado de ser una actividad unidireccional para expandirse y reconfigurarse en múltiples niveles de acción, proyección, venta y rentabilidad. Lo gratuito vende más, sencillamente, porque conecta directamente con la sensibilidad del usuario y del comercio de este joven siglo XXI. Y lo gratuito vende más, sobre todo, porque no existe lo gratuito. Nada lo es. Y, si no, que se lo pregunten a Google, que ha logrado levantar un imperio a base de herramientas útiles, ‘gratuitas’ e inteligentes.
El usuario está siempre dispuesto a pagar y a apoyar aquello que le parezca justo, útil o de interés. Pero no soporta ya ni la estafa ni la inquisición. Y, aunque en el mundo real aún queda mucho camino por recorrer, en la Red poner a disposición de los demás tus contenidos, obras e ideas supone la apuesta más sensata en la búsqueda del éxito: económico, moral e intelectual. No es garantía de nada, desde luego, el talento y la destreza son parámetros que juegan también un papel fundamental. Pero tal y como viene repitiendo Enrique Dans hasta la saciedad: allí donde el usuario tenga la oportunidad de decidir, terminará haciéndolo sin miramientos. Sea esta decisión la de pagar, financiar, colaborar, apoyar, difundir o disfrutar libremente de lo que tiene a su disposición.
Las leyes deben cambiar, efectivamente, pero no para reprimir esa gran revolución que se llama Internet, sino justo para todo lo contrario: para liberarla de las cargas que ponen en riesgo su desarrollo dentro de la mayor explosión de libertad tecnológica, comunicativa, social y económica que jamás vio la historia. Y, por si juristas y gobiernos, tienen alguna duda, créanme: hasta los talibán del comercio caduco se lo agradecerán. Con el tiempo, claro está.