
“P.– -¿Haber escrito tantos guiones la ha hecho ser más observadora de la realidad?
R.– Siempre he creído que el cine es la mejor de las artes para observar y describir el comportamiento humano. Por regla general, los que nos dedicamos a esto somos muy observadores. Dicen que Rafael Azcona y Berlanga se lo pasaban en grande sentándose en la cafetería de El Corte Inglés y robando conversaciones para sus películas. Elvira Lindo, a su manera, me parece muy buena descubriendo las dobleces que a veces tiene lo cotidiano, como se ve en el libro homónimo que da pie a esta película”.
Este es el fragmento de una entrevista concedida por la nueva ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, al suplemento ‘Metrópoli’ de ‘El Mundo’. Fue publicada el 18 de agosto de 2008. En ella, la entonces presidenta de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de España y bestia negra del P2P no tenía ningún pudor en celebrar que los cineastas se dedicasen al sano ejercicio de ‘observar’, es decir, textualmente, de ‘robar conversaciones para sus películas’.
En otras palabras, que cuando un cineasta (digamos creador, en general) le ‘roba’ conversaciones a los ciudadanos con ánimo de lucro, en una cafetería o en un parque, no existe violación de la propiedad intelectual ni de los derechos de autor, es un don que le ha sido concedido al gremio por no se sabe muy bien qué autoridad sobrenatural. Pero, en cambio, cuando un ciudadano se baja una película de Internet sin ánimo de lucro, es decir sin cometer delito, al menos en España, entonces es un acto de ‘piratería’ que hay que condenar y criminalizar.
Quizá no se ha enterado la culta ministra, casi tan ‘culta’ como el escaso séquito que la arropa, que todo ser humano es un creador. Que ésa es precisamente una característica que nos diferencia del resto del género animal. Y que ‘robar’ conversaciones es tan lícito o ilícito como acceder libremente a una película, un libro o una canción. Al fin y al cabo, sólo se le devuelve a la sociedad aquello que le ha sido ‘robado’. A ver si todos estos elitistas iluminados entienden de una vez que no hay creador que cree de la nada, que todo autor bebe libremente (o ‘roba’, si lo prefiere la ministra) de la historia de la creación, de los creadores contemporáneos y de la sociedad en su conjunto. Y que me parece bien. Pero tan bien como que esa misma sociedad, esos mismos creadores anónimos, tienen todo el derecho a beber libremente (o ‘robar’, si lo prefiere la ministra) de cuanto es creado.
O quizás a la ministra, y al escaso séquito que la proclama, sólo le parece bien que aquellos que se lucran y se retroalimentan en la elite de los lobbies tengan la potestad de ‘robar’. Y el pueblo que pague, que es lo suyo. Porque no es más que eso, populacho, masilla y jueguete pimpampún de cuatro listos.
A ver si entienden de una vez que en esto de la cultura no hay ladrones ni víctimas, que hablamos de la mayor plataforma jamás creada por el ser humano para el trasiego de ideas, experiencias, emociones, conceptos y sensaciones. Que el libre acceso a ella es un derecho fundamental internacionalmente reconocido. Y que sí, que se ha creado una industria a su alrededor. Pero que jamás podrá prosperar a costa de ella. Y que jamás podrá anteponerse a ella ni servir de excusa para mutilarla ni limitarla.
Como ya expresó Juan Ruiz, Archipreste de Hita nada menos que en el siglo XIV, en el prólogo de su ‘Libro de buen amor‘, acerca de cómo debía ser utilizada su obra (vía Islas en la Red-PDF):
“Qualquier omen, que lo oya, si bien trovar sopiere,
puede más y añadir et emendar si quisiere,
ande de mano en mano a quienquier quel’ pidiere,
como pella a las dueñas tómelo quien podiere.
Pues es de buen amor, emprestadlo de grado,
non desmintades su nombre, nin dedes refertado,
non le dedes por dineros vendido nin alquilado,
ca non ha grado, nin graçias, nin buen amor complado”.
Traducción:
“Cualquier hombre que lo oiga, si bien trovar supiese
puede aquí añadir más, y enmendar si quisiese,
ande de mano en mano a cualquiera que lo pidiese,
como pelota [lanzada] a las chicas tómelo quien pudiese.
Pues es de buen amor, prestadlo de buen grado,
no le neguéis su nombre ni os hagáis de rogar al darlo,
no lo deis por dinero, vendido ni alquilado,
porque no tiene gusto ni gracia, ni [hay] buen amor comprado”.
O, más recientemente, Manuel Machado:
“Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo
ya nadie sabe el autor.
Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad”.
Por la boca muere el pez, y la boca de la ahora ministra ha soltado ya más de una escama. Esperemos que este post le sirva, al menos, como ilustración para el diálogo que, asegura, piensa emprender con la comunidad internauta.