PP, prensa y propiedad intelectual: ¿a vueltas con las cadenas?

30 de noviembre de 2011 a las 14:30h

PP, prensa y propiedad intelectual: ¿a vueltas con las cadenas?

Las afirmaciones de Esteban González Pons, vicesecretario general de Comunicación del Partido Popular (PP), acerca de las vías de salida para la crisis que afecta al sector de la prensa, al negocio de la prensa para ser más exactos, confirman nuestra peores sospechas sobre la posición que adoptará el nuevo Gobierno popular en aspectos fundamentales para el futuro de Internet y los cambios de modelo en aquellos mercados que van quedando obsoletos.

Lejos de experimentar avances en debates como el de propiedad intelectual o neutralidad de la Red, esta primera declaración de intenciones viene formulada en las mismas o aún más retrógradas claves que las del Ejecutivo aún en funciones, revelando que ni se tiene un análisis claro de las verdaderas causas que están motivando los profundos cambios en las industrias tradicionales ni, mucho menos, las soluciones que permitan afrontarlos con éxito sin hipotecar el desarrollo tecnológico y los nuevos conceptos que de éste se derivan.

González Pons no sólo se ha plegado ante las exigencias económicas y legales de unos editores que se resisten al cambio, sino que ha ido incluso más allá, adelantando ideas y medidas que resultan, cuanto menos, inquietantes. A saber:

La reforma en profundidad de la Ley de Propiedad Intelectual [LPI], a través de la cual el PP aspira a que se protegan los contenidos de los editores”

Colaborar desde el futuro Gobierno para que el Internet de pago “sea una realidad en España”

O perlas de la antología de la falacia como:

La crisis afecta a la venta de ejemplares, a la publicidad e incluso a la propiedad intelectual, porque en tiempos de crisis se copia más”

En este país se tiende a pensar que lo que está en Internet “solo por el hecho de estar, puede ser gratis”

En un momento en que el debate, en todo el planeta, está en cómo adecuar los derechos de los autores con los de los usuarios sin atentar contra las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y las libertades ciudadanas, proponer una reforma de la LPI para hacerla aún más restrictiva y proteccionista suena a disparate. Hablar de “Internet de pago” cuando cada vez más los gobiernos y las instancias internacionales apuestan por la neutralidad de la Red, un despropósito. Cierto que la expresión ‘Internet de pago’ no aparece entrecomillada en el artículo original y puede que sea una interpretación del periodista, pero no puedo remitirme más que a lo leído y, si no es eso lo que se pretende, requiere urgente aclaración por parte del PP.

Afirmar que “en tiempo de crisis se copia más” o resucitar el fantasma del ‘todo gratis’ no son más que tópicos reaccionarios que no se sostienen, inadmisibles en aquellos que pretenden representar y gobernar a todos los ciudadanos de un país en el que ya hay más de 27 millones de internautas.

Pero es que, además, el problema de la prensa no está en la libre difusión de sus contenidos. Como ya he tenido ocasión de analizar, el problema de la prensa es mucho más profundo y sus raíces, anteriores a la gran explosión de Internet y esta crisis que nos azota. Básicamente, la asunción de un modelo que pretendió convertir el periodismo en mercancía, como si el ejercicio de la información rigurosa, documentada y contrastada, el análisis, la opinión… es decir, el de la ‘industria’ de la comunicación, se pudiese asimilar al del calzado, automóvil o alimentación.

Y de ahí, la deriva consecuente, el círculo vicioso en el que nos encontramos hoy día: recursos humanos bajo mínimos + recursos tecnológicos, los indispensables + negativa a afrontar con todas sus consecuencias los cambios impuestos por Internet = producto viejo/pobre = pérdida de calidad, credibilidad y competitividad = hundimiento de las ventas y los ingresos. Y vuelta a empezar.

Y que no se engañe nadie. Las olas de despidos en las redacciones, progresivos o en masa, no son cosa de un tiempo a esta parte. Comenzaron ya unas décadas atrás. Total, el periódico iba camino de ser lo que llegó a representar durante un tiempo: algo que se adjuntaba con las promociones.

Por tanto, si el PP quiere realmente ayudar al sector a salvar su negocio, lo que debe hacer es dejar de lado el manido ‘comodín’ de las ‘copias’ y de la ‘propiedad intelectual’ y emprender un plan de reconversión que propicie un cambio profundo de modelo, que premie la calidad y la credibilidad, es decir el periodismo ejercido por buenos profesionales y remunerados en consecuencia, es decir el periodismo adaptado a las nuevas tecnologías, es decir el periodismo capaz de aportar el valor necesario para que la gente pague por él, es decir el periodismo comprometido con la sociedad y con el rigor, es decir el periodismo que va más allá de la urgencia y la noticia, de las audiencias… Todo esto, claro, si es que los editores están dispuestos a ello.

Porque el periodismo no es cosa sólo ya de empresas editoras: se hace periodismo en las redes sociales y se hace periodismo en los blogs. Se informa, opina, documenta y contrasta en WordPress, Twitter, Facebook y Google Plus. Hay periodismo gráfico en Flickr, Vimeo, Instagram, YouTube… Los medios alternativos ya están aquí. La iniciativa de mayor impacto periodístico de los últimos tiempos no ha sido cosa del NYT, del ‘Washington Post’, de ‘Le Monde’, de ‘corriere della Sera’, de ‘El Mundo’ o de ‘El País’… ha sido producto de la colaboración ciudadana y se llama Wikileaks.

Y mucho valor añadido tiene que ofrecer el periodismo profesional para reactivar y recuperar la demanda. Nadie, absolutamente nadie, va a pagar por un producto que no le merezca la pena. Y nadie, absolutamente nadie, puede obligarle a ello.

El sector haría mejor en preguntarse. ¿Qué hemos perdido? ¿En qué hemos fallado? ¿Qué oportunidades nos brinda el nuevo escenario? Y actuar en consecuencia.

En una época en la que ningún medio de comunicación puede pervivir sin esa enorme caja de resonancia que es la Red, sin la difusión de sus contenidos por toda Internet, intentar restringir los derechos de los ciudadanos, o de plataformas de búsqueda, intercambio o agregación, para proteger a una industria incapaz de valerse por sí misma no sólo es una tropelía y una torpeza, sino el propio suicidio del sector, y puede que hasta del ‘protector’… Pero, vamos, que es hasta antiliberal. ¿Qué hace un liberal legislando en clave proteccionista? ¿Pero no debían los gobiernos y los estados mantenerse al margen del tejido económico? ¿No es el mercado el que se regula a sí mismo?

El proteccionismo no impulsa la economía. La debilita, la empobrece, la hipoteca.

No se puede poner puertas al campo ni cadenas al aire. Las nuevas generaciones simplemente no leen papel. Ni periódico ni nada que se le parezca. Y no lo van a hacer así declaren ilegal toda la Red o regalen los periódicos puerta a puerta. Y esas nuevas generaciones en unos años coparán el mercado natural de la prensa. Pero sí leen diarios en Internet, y visitan Menéame, y Google News. Se bajan apps, y se suscriben a lo que les interesa. Pasando por caja, ‘of course’. Hay nuevas experiencias: Orbyt, Kiosko y Más… ¿No resulta estúpido empeñarse en luchar contra los molinos de la ‘piratería’ cuando los verdaderos gigantes del nuevo periodismo alimentan la competencia?

Muy mal, como digo, este ‘preestreno’ del PP. No les arriendo la legislatura si no proceden a una revisión efectiva de sus planteamientos y se atreven a abordar sin prejuicios este complejo debate sobre los nuevos modelos, las nuevas sensibilidades, las nuevas vías y las nuevas ideas. No es tiempo ya de majaderías, y mucho menos de puertas… o de cadenas.

Sobre el autor
Manuel M. Almeida
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