Arcadi Espada defiende la imposición del canon. Perdón, no defiende, ataca… a quienes se oponen a semejante tropelía. Sin un solo argumento, pero con mucha rabia, como si hubiese sido ungido por el propio Bautista para ejercer de numerario en la Gran Obra del abuso y la tergiversación. Parte Espada de una premisa revestida de dogma de fe: “El talento es gratis en España”. Como si hubiera que pagar en algún lugar por talento alguno. Lo que tiene precio, y por tanto puede ser gratis o no, es el producto de ese talento, la concreción de esa gracia divina en algo único e irrepetible por lo que la gente esté dispuesta a pagar. Producto que nunca es consecuencia única del talento, sino también de la pericia, la experiencia, la formación, la habilidad, la oportunidad, el apoyo, el conocimiento y… sí, oh sí, el enorme legado de sabiduría compartida por miles de millones de los talentos que existen hoy día y han existido a través de toda la historia de la humanidad. La ‘piratería’ en su máxima expresión, vaya.
Como “el talento es gratis en España”, pero sus obras no, resulta que Espada lo que defiende en realidad es a toda una industria y unas sociedades de gestión cuyos beneficios harían palidecer al menos gratuito de todos los talentos. Como “el talento es gratis”, Espada se imagina que los promotores del canon son humildes poetas, actores o músicos bohemios que venden por las esquinas la esencia de su creatividad. Y se creerá igualmente que el beneficio del canon se repartirá realmente entre los desposeídos, de forma ecuánime, bajo un férreo control de la sociedad. Y entenderá que con el impuesto se acabará con la ‘piratería’ y a ser posible hasta con la copia privada. Y se imaginará, probablemente también, que la justicia del canon es la mejor de todas las justicias: obligar al 99% de la población a costearle una pobre vida de semilujo, que dirían en South Park, al 1% restante. Porque la justicia que emana del Dios de la ceguera tiene eso, que cuando menos te lo esperas andas pisando ya uno de los dos platos de la balanza y bebiendo directamente del otro.
Debería Arcadi ser consecuente con su misión de mártir de la gratuidad y flagelarse directamente allí donde le duela, en lugar de fustigar al grueso de la ciudadanía con arengas tan indocumentadas como desagradables y majaderas, tan del estilo del Dios que suele guiar este tipo de arengas. Si un millón de firmas no le dicen nada porque “firmar es gratis”. ¿Por qué defiende tanto el ‘talento’… si al fin y al cabo es gratis también?
Para más señas, dirigirse a David Bravo.