Ni decir ‘no’ a Franco fue decir ‘no’ a España. Ni decir ‘no’ a la mili obligatoria fue decir ‘no’ a España. Ni decir ‘no’ a la homofobia fue decir ‘no’ a España. Ni decir ‘no’ a la censura fue decir ‘no’ a España. Ni decir ‘no’ al Estado confesional fue decir ‘no’ a España. Ni decir ahora ‘no’ a los toros es decir ‘no’ a España.
Vivo en una comunidad en la que la supuesta fiesta nacional ni es nacional ni es fiesta. Alguna vez se intentó implantarla, pero el pueblo en peso hizo mutis por el foro. Sin dramatismos, sin aspavientos. Siempre la he considerado, al menos en ese aspecto, una sociedad civilizada.
Nada es justificable en nombre de la tradición: ablación, violencia contra la mujer, pena de muerte, matanzas de ballenas o delfines, broncas verbeneras, conducir ebrio, novatadas, la tuna… Ésta tampoco. Sobre todo si tenemos en cuenta que hay variantes no sangrientas de la lidia que evitarían ese espectáculo anacrónico que gusta a unos y desagrada a casi todos los demás.
Sin las puyas, banderillas, estoques o degüellos, España no sólo no desaparecía; sino que se se revelaría como un país maduro con vocación de modernidad.
En mi opinión, decir ‘no’ a los toros es decir sí a España. Pero supongo que eso es cuestión de sensibilidad y del modelo de sociedad que cada cual defienda.