Corría el año de 1988, 7 de septiembre para ser más exactos, cuando los obreros que trabajaban en la construcción de la autopista GC-1a su paso por Maspalomas (Gran Canaria) daban la voz de alarma ante el descubrimiento de unos restos óseos humanos.
El hallazgo provocó la paralización transitoria de las obras, mientras un equipo de El Museo Canario procedía a la excavación y evaluación del descubrimiento. Las conclusiones: un yacimiento de 2.000 metros cuadrados, con más de un centernar de tumbas y construcciones de piedra de la época prehispánica, considerado el enterramiento aborigen más importante de España.
La decisión: continuar con el trazado de la autopista y trasladar el contenido arqueológico de la necrópolis a unas naves instaladas en Lomo Gordo, una zona cercana.
El traslado de los restos se prolongó hasta 1991, año en el que se inició un proyecto de tratamiento, conservación e investigación que fue suspendido apenas ocho meses después, en enero de 1992, al igual que la iniciativa de crear un museo arqueológico de sitio en el que exponer los frutos del hallazgo.
Y así hasta diciembre de 2008, momento que en la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias encarga los trabajos de excavación de los depósitos funerarios y firma un acuerdo con el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana para la excavación y estudio bioantropológico de todos los bloques almacenados. En medio, distintos episodios de saqueo, estudios, campañas, deterioro y acciones parciales sin continuidad.
Hoy he tenido la oportunidad de visitar las naves en que se llevan a cabo los trabajos, y he quedado impresionado, tanto por la carga histórica que allí se almacena, como por el desinterés mostrado hasta hace bien poco por su mantenimiento e investigación. Afortunadamente, parece que las instituciones autonómica y locales están dispuestas a poner, ahora sí, toda la carne en el asador. El Gobierno de Canarias corre con los gastos de investigación, mientras que Cabildo y Ayuntamiento han asumido tareas de acondicionamiento de las instalaciones, formación de guías, visitas públicas o seguridad, además del desarrollo del posible (e indispensable) museo de sitio.
Moverse entre restos humanos de más de 500 años, de las primeras personas que habitaron Canarias, muchas de ellas aún enterradas en los bloques que no han sido procesados, es una experiencia realmente excitante. Contemplar el trabajo de los especialistas, revelando al detalle, precisa y minuciosamente, cada milímetro de los esqueletos, una maravilla.
Por un momento, y valga el contraste, sentí como si me hubiese trasladado a un escenario de ciencia ficción en el que cientos de esqueletos alienígenas aparecían reposando en el interior de sus vainas de transporte o incubadoras, tal eran los gestos imposibles que la deformación reflejaba en los restos que ya se encuentran ‘a flote’.
El trabajo, de hormiguitas. Pincelada a pincelada. Pero apasionante. Los avances, del máximo interés, aunque aún pendientes de conclusiones definitivas.
Interesante el método de traslado de los bloques o ‘vainas’, como yo los llamo: inyección de poliuretano expandido en el perímetro de las zonas seleccionadas para el corte y posterior traslado de los bloques rígidos resultantes. Puedes observar esta materia en los bordes de las ‘vainas’ que aparecen en las fotografías.
Un legado imprescindible para la historia de Canarias y para la visión angtropológica universal que parece haber emprendido el rumbo definitivo hacia una recuperación que, sorprendentemente, se ha dilatado dos décadas. Un tesoro antropológico que precisa no sólo ya de investigación y difusión a través de un museo, sino, si me apuran, de la reconstrucción completa de la necrópolis en una zona donde, si algo sobra, son precisamente los terrenos.
Las aportaciones de ese enorme enterramiento prehispánico podrían aportar datos del máximo interés para el conocimiento de la sociedad y las costumbres de los aborígenes de Gran Canaria.
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