En una reciente audiencia del Comité Judicial del Senado de Estados Unidos, la senadora Katie Britt de Alabama planteó una preocupación que late en muchos hogares y aulas del siglo XXI. ¿Qué sucede cuando los niños y adolescentes comienzan a tratar a los chatbots de inteligencia artificial como si fueran sus mejores amigos? La pregunta no surge del miedo a la tecnología, sino de la necesidad urgente de entender cómo esta está moldeando las relaciones humanas en las nuevas generaciones.
Uno de los testigos clave en esa audiencia fue el Dr. Gleb Zavadskiy, profesor asistente en Auburn University at Montgomery, quien ha observado con atención cómo los jóvenes interactúan con la inteligencia artificial. Según sus palabras, algunos adolescentes ya no solo usan los chatbots para obtener respuestas, sino que les confían pensamientos íntimos, bromeando con ellos como si llevaran años de amistad. Esta familiaridad, aunque aparentemente inofensiva, enciende alarmas en el campo del desarrollo psicosocial.
Las conexiones humanas, especialmente durante la adolescencia, son fundamentales para construir empatía, resolver conflictos emocionales y formar identidades sólidas.
"La IA no debería ser el reemplazo de la conversación real ni de la interacción humana real" comentó el Dr. Zavadskiy.
Cuando un joven prefiere hablar con una IA antes que con un padre, un amigo o un terapeuta, algo en el tejido social está cambiando, y no necesariamente para mejor.
La generación actual ha crecido inmersa en pantallas, rodeada de dispositivos que responden al instante. Esta inmediatez puede alimentar un aislamiento progresivo, donde la tecnología, en lugar de conectar, termina por sustituir. Quienes han crecido con teléfonos inteligentes y computadoras son más propensos a aislarse usando tecnología, señaló el experto. Pero lo más revelador no es solo ese aislamiento, sino la ilusión de compañía que la IA proporciona, una compañía que aprende, adapta y responde, pero que nunca siente.
El Dr. Zavadskiy hizo hincapié en una cualidad clave de la inteligencia artificial su capacidad de aprendizaje. No solo memoriza, aprende, explicó. Puede usar lo que ya sabe, aplicarlo en nuevas conversaciones y, con cada interacción, extraer más información del usuario. Esta característica, tan poderosa, también es potencialmente delicada cuando se trata de menores que no siempre comprenden los límites de lo que comparten.
Pero más allá del riesgo, el investigador defendió una postura equilibrada. Las regulaciones sobre inteligencia artificial no deben nacer del miedo ni de la prohibición. En su lugar, debe promoverse una comprensión clara la IA es una fuente de información, no de compañía emocional. Es una herramienta, no un sustituto de la presencia humana. Y para regularla bien, se necesita una visión completa.
En este sentido, el Dr. Zavadskiy hizo un llamado directo a los responsables de tomar decisiones. Los legisladores deberían colaborar tanto con desarrolladores como con usuarios. Solo así podrán diseñar normas que protejan sin frenar la innovación, que resguarden la salud mental sin ignorar el potencial positivo de estas tecnologías.
En Alabama, sin embargo, el camino aún está por recorrerse. Hasta el 19 de septiembre, no se había presentado ningún proyecto de ley para la sesión legislativa de 2026 que buscara regular o siquiera abordar el impacto de la inteligencia artificial en la vida de los ciudadanos. Mientras tanto, los chatbots siguen conversando, aprendiendo y, en algunos casos, ocupando espacios que antes pertenecían a las relaciones cara a cara.
El desafío no es demonizar la tecnología, sino preservar lo que nos hace humanos. La risa compartida, el silencio cómodo entre amigos, la mirada que dice más que mil palabras. En ese equilibrio, entre lo digital y lo humano, está el alma de la verdadera conexión.