La inteligencia artificial está devorando energía a un ritmo que ni los más optimistas pronósticos podían prever. Y mientras los gigantes tecnológicos se enfrentan a un problema de suministro en la Tierra, algunos de sus líderes miran hacia arriba. No es ciencia ficción. Es una carrera por el espacio que ya ha comenzado, y cuyo objetivo no es solo conectar el planeta, sino transformar la órbita terrestre en el nuevo centro de procesamiento del conocimiento humano.
El cielo ya no es el límite, es el siguiente centro de datos
Imagina un mundo donde los servidores que alimentan tu asistente de voz, tu modelo de traducción o tu clon digital no están en un almacén refrigerado de Nevada, sino flotando a 550 kilómetros sobre el nivel del mar. Suena lejano, pero figuras como Eric Schmidt, ex CEO de Google, ya han dado el primer paso. Su compra de Relativity Space no fue solo una apuesta por la exploración espacial, sino por la infraestructura del futuro. El plan es claro construir centros de datos en órbita.
¿Por qué el espacio? Por varias razones que encajan como piezas de un rompecabezas energético. En la Tierra, la electricidad escasea. La demanda de los centros de datos de IA crece a un ritmo del 10 % anual, y en algunos escenarios se prevé que para 2030 consuman más energía que países enteros. Donald Trump ya declaró una emergencia energética. No por capricho, sino por cálculos fríos la red eléctrica estadounidense no da abasto.
La Tierra se queda pequeña
Meta ya no solo consume electricidad. Se ha convertido en comercializadora. OpenAI presiona al gobierno para que impulse la construcción de 100 gigavatios anuales. ¿Cuánto es eso? Casi la potencia total instalada en España. Y piden que se repita cada año y medio. Microsoft compra centrales nucleares como la de Three Mile Island, que volverá a funcionar exclusivamente para alimentar sus servidores de IA. Amazon adquiere campus energéticos y se asocia con empresas para desarrollar minireactores nucleares. Google también entra en el juego con Kairos Power.
Pero hay un problema de fondo construir infraestructura en la Tierra es cada vez más lento y difícil. El proceso de permisos federales y ambientales puede durar hasta cuatro años. Las licencias estatales y locales, otros dos. En total, más de 2.000 gigavatios de proyectos esperan en la cola de interconexión. Y mientras tanto, movimientos ciudadanos como el 'Not in my backyard' frenan proyectos clave, como el parque solar Battle Born en Nevada o la central de gas de Danskammer en Nueva York.
Así que algunos miran al cielo. El espacio podría ser la solución al atasco energético terrestre.
IA en órbita una locura con lógica
La idea no es tan descabellada como parece. Phil Metzger, profesor investigador de la Universidad de Florida Central y exmiembro de la NASA, lo explica con claridad dentro de una década, podría ser económicamente viable tener centros de datos en el espacio. No por lujo, sino por necesidad.
"El primer caso de negocio real que dará paso a muchos más" - Phil Metzger, profesor investigador de la Universidad de Florida Central y exmiembro de la NASA
En el espacio, el sol brilla 24 horas al día, sin nubes, sin noche. La energía solar es constante. Además, el vacío permite refrigerar equipos sin necesidad de torres de agua o aire acondicionado. Y aunque lanzar hardware al espacio sigue siendo caro, los costes están cayendo gracias a la reutilización de cohetes.
Nvidia ya dio un paso simbólico semanas atrás, su GPU H100 fue lanzada al espacio con la startup Starcloud. No era un experimento de propaganda. Era una prueba de concepto. El hardware más potente del mundo ya está siendo probado en condiciones extremas.
El pulso entre las estrellas
Elon Musk no se ha quedado atrás. En un tuit aparentemente casual, afirmó "Bastará con escalar los satélites Starlink V3, que tienen enlaces láser de alta velocidad".
"Bastará con escalar los satélites Starlink V3, que tienen enlaces láser de alta velocidad" - Elon Musk, fundador de SpaceX
Detrás de ese mensaje hay una visión una red de satélites que no solo lleva internet a zonas remotas, sino que puede formar una malla de computación distribuida en órbita. Si los satélites pueden comunicarse entre sí a velocidades de gigabits por segundo, ¿por qué no procesar allí los datos, en lugar de hacerlo en la Tierra?
Y mientras tanto, Jeff Bezos sueña aún más grande. En la Italian Tech Week, pronosticó que en los próximos 10 o 20 años veremos "clústeres gigantes de entrenamiento" de inteligencia artificial en órbita. Y no lo dice desde la nada. Su empresa Blue Origin ya trabaja en tecnologías para aprovechar recursos del espacio. Para Bezos, la Luna no es un destino, es una mina de materiales clave.
"La luna es un regalo del universo" - Jeff Bezos, fundador de Blue Origin
Imagina minas automatizadas en la superficie lunar extrayendo silicio, aluminio o helio-3, y fabricando componentes allí mismo. Esa es su utopía industrial. Y aunque suene a ciencia ficción, empresas como Relativity Space ya están trabajando en impresión 3D de cohetes con metales reciclados. El salto a la fabricación espacial no es imposible.
¿Quién pagará el viaje?
Hoy, mover un kilo de carga al espacio cuesta miles de dólares. Pero si la demanda de centros de datos orbitales crece, los precios caerán, como pasó con los ordenadores, los vuelos comerciales o los paneles solares. La historia tecnológica está llena de ejemplos de lo que parecía prohibitivo y terminó siendo cotidiano.
Lo que está en juego no es solo quién tendrá más potencia de cómputo, sino quién controlará la infraestructura crítica del siglo XXI. No son solo datos. Son decisiones, modelos, predicciones que moldearán la economía, la salud, la guerra. Y si esa infraestructura está en el espacio, fuera del alcance de regulaciones nacionales, ¿quién la supervisará?
De momento, la carrera está en marcha. Empresarios, científicos, gobiernos. Todos mirando hacia arriba. No por romanticismo, sino por necesidad. Porque en la Tierra, el espacio físico y energético se agota. Y porque, a veces, la única forma de avanzar es salir del planeta.