En el Teatro Fernando Fernán Gómez, un espacio que lleva el nombre de uno de los grandes iconos del teatro y la televisión españoles, se proyectó recientemente un video inquietante. En él aparecía el rostro del propio Fernán Gómez, moviéndose, hablando, pidiendo con gesto sereno que los espectadores apagaran sus móviles antes de comenzar la función. Pero Fernando Fernán Gómez no está vivo. Lo que se mostraba era una recreación generada por inteligencia artificial, una imagen sintética tan realista que muchos sintieron un escalofrío al reconocerlo. La iniciativa partió del director artístico del teatro, quien buscaba honrar la memoria del actor con un gesto innovador. Sin embargo, esta decisión ha abierto un intenso debate sobre los límites éticos y legales del uso de la inteligencia artificial en la representación de personas fallecidas.
El caso no está aislado. En los últimos meses hemos asistido a un auge en el uso de modelos de inteligencia artificial para recrear figuras del pasado, desde artistas hasta personalidades públicas. Recientemente se difundieron imágenes de Lola Flores, creadas digitalmente para un anuncio de cerveza, con el permiso de su familia. También han comenzado a circular por redes sociales vídeos de Diane Keaton tras su supuesta muerte, aunque en este caso no hay confirmación oficial de su fallecimiento. Lo más preocupante no es la tecnología en sí, sino que estas recreaciones proliferan sin marcos legales claros, muchas veces sin consentimiento y sin que quede claro quién tiene derecho a usar la imagen de una persona después de su muerte.
La semana pasada, Sergio del Molino dedicó una columna a Fernando Fernán Gómez en la que reflexionaba sobre su legado. Allí escribió que ya no hay salones tan grandes como el de Fernán Gómez, una frase que trasciende lo arquitectónico para hablar del vacío que deja una figura de su calibre. Mientras tanto, se anunció la reedición de El tiempo amarillo, las memorias del actor, un texto que permite acercarse a su humanidad, a sus dudas, a su voz auténtica. Frente a esa voz real, las recreaciones digitales resultan frías, precisas, pero carentes de alma.
En redes sociales, la tendencia crece. Se habla de Robert Redford llegando al cielo en vídeos virales generados por IA, donde su rostro envejecido sonríe entre nubes artificiales. Estas creaciones, aunque a veces bienintencionadas, operan en un terreno legal gris. Hasta ahora, las empresas desarrolladoras de inteligencia artificial generativa han actuado bajo el paradigma de ignorar cualquier derecho de propiedad intelectual y de imagen, robando impunemente la esencia de personas que no pueden defenderse. No se trata de demonizar la tecnología, sino de exigir responsabilidad. Porque una imagen no es solo datos. Es identidad, es historia, es memoria.
"Espero y deseo que muchos actores ya se estén blindando legalmente para evitar el uso de su imagen mientras viven y cuando mueran" -
Mario Viciosa
Este deseo no es caprichoso. Es una necesidad. La industria del entretenimiento debe anticiparse a estos usos indebidos. Actores, escritores, músicos, todos deberían poder decidir qué ocurre con su imagen tras su muerte. Algunos países ya avanzan en leyes de derechos post mortem, pero aún queda mucho camino. Sin regulación, la puerta queda abierta a la explotación comercial, al sensacionalismo, a la invasión del recuerdo.
La irremplazable complejidad humana
La inteligencia artificial puede imitar gestos, replicar voces, simular emociones. Pero no puede sentir. No puede construir una carrera sobre el esfuerzo, el fracaso, el amor al oficio. La singularidad humana no se puede sintetizar. Fernando Fernán Gómez no era solo su rostro o su voz. Era su mirada, su silencio, su forma de estar en el escenario. Era un hombre que aprendió, que cambió, que envejeció. Que se equivocó. Que fue imperfecto. Y justamente en esa imperfección residía su grandeza.
"Que se acabe con su muerte es solo la prueba de que lo humano, finito, imperfecto, único, es irreemplazable"
La tecnología puede ayudarnos a recordar, pero no debe sustituir el recuerdo. Puede ilustrar, pero no debe encarnar. Mientras honremos a las personas con sus propias palabras, con sus obras, con su legado auténtico, estaremos defendiendo algo esencial. La dignidad de lo humano frente a la ilusión perfecta de la máquina. En ese equilibrio, quizás encontremos el respeto que merecen quienes ya no están, pero cuya presencia aún nos enseña cómo vivir.