Más de un billón de dólares en inversiones dependen del éxito continuado de OpenAI

ChatGPT nació como el producto estrella de una startup con alma de laboratorio. Hoy, es el centro de gravedad de cientos de empresas que construyen sus servicios.

23 de diciembre de 2025 a las 06:55h
si openai tropieza no cae sola
si openai tropieza no cae sola

Sam Altman no dirige una simple empresa de inteligencia artificial. Lidera un ecosistema entero. Lo que comenzó como un proyecto de investigación con vocación académica, OpenAI, se ha transformado en uno de los pilares sobre los que gira hoy la economía digital global. Y ahora, ese pilar tiembla bajo una presión sin precedentes.

Google ha lanzado Gemini 3, un modelo que no solo desafía técnicamente a ChatGPT, sino que lo hace con el peso de una gigantesca infraestructura comercial y publicitaria detrás. Mientras tanto, se acumulan demandas legales por derechos de autor, privacidad y uso de datos. Y sobre la cabeza de Altman flota una responsabilidad monumental más de un billón de dólares en inversiones dependen del éxito continuado de OpenAI.

El peso de una startup convertida en gigante

ChatGPT nació como el producto estrella de una startup con alma de laboratorio. Hoy, es el centro de gravedad de cientos de empresas que construyen sus servicios sobre sus API, de desarrolladores que integran sus modelos en aplicaciones cotidianas, de inversores que apostaron fuerte a que la inteligencia artificial generativa cambiaría el mundo. Si OpenAI tropieza, no cae sola. Su caída arrastraría a una cadena de dependencias que se extiende desde startups tecnológicas hasta grandes corporaciones.

El paradigma actual de la IA no está sostenido solo por algoritmos, sino por una red de expectativas, contratos y flujos de capital que presuponen un crecimiento exponencial. Un simple estancamiento en la evolución de los modelos, una pérdida de confianza del usuario o un fallo técnico grave podrían desencadenar una reevaluación brutal del valor del sector.

"Subestimar su rol individual sería un grave malentendido de lo que está ocurriendo en el mercado"

Así lo dijo Paul Kedrosky, investigador del MIT, al señalar que el verdadero riesgo no está solo en la tecnología, sino en el peso que Altman y OpenAI han adquirido en la economía global. No se trata ya de si GPT 5.2 es más rápido o preciso que su predecesor. El valor ya no se mide solo en rendimiento, sino en confianza. Y en si esos modelos pueden mantenerse a bajo costo mientras escalan.

La carrera por el silicio que sostiene el futuro

Mientras Altman redirige sus esfuerzos hacia mejorar ChatGPT y los modelos que lo alimentan, Microsoft y Meta no se quedan atrás. Ambas compran chips de NVIDIA a un ritmo frenético. No es solo para entrenar modelos más potentes. Esos chips están funcionando como verdadera garantía para miles de millones en préstamos. Son activos tangibles en un mundo de promesas digitales.

Pero esta lógica tiene un punto débil. Si la demanda de chips desciende, su valor como colateral se desploma. Y si eso ocurre, los prestamistas podrían verse con activos tecnológicos obsoletos o depreciados. Es una paradoja moderna el futuro de la inteligencia artificial depende de la escasez de un componente físico, fabricado en fábricas de Taiwán y Corea, con cadenas de suministro frágiles.

¿Demasiado grande para quebrar?

El debate ya no es técnico. Es político, económico, casi moral. ¿Puede permitirse el mundo que OpenAI falle? La directora financiera de la empresa, Sarah Friar, abrió la caja de Pandora al sugerir la posibilidad de un respaldo federal. Una idea que suena extraña en una industria que se enorgullece de su espíritu disruptivo y libre de tutelas.

Pero Sam Altman respondió con una contundencia que suena casi a advertencia "Si la fastidiamos y no podemos arreglarlo, deberíamos quebrar". Una declaración que, en lugar de tranquilizar, inquieta. Porque revela que incluso dentro de la propia empresa se reconoce la fragilidad del modelo.

"Si la fastidiamos y no podemos arreglarlo, deberíamos quebrar. Otras empresas continuarán haciendo buen trabajo y atendiendo a clientes. Así funciona el capitalismo"

Altman defiende el capitalismo puro, pero su empresa ya no juega en esa liga. OpenAI está valorada en medio billón de dólares y creciendo. Su caída no sería un simple ajuste del mercado, sino un terremoto sistémico. Inversores podrían concluir que sobreestimaron la velocidad de adopción, la rentabilidad real de la IA, o incluso su utilidad a gran escala.

Y entonces, no solo caería OpenAI. Caería la fe en un modelo de negocio que prometió eficiencia, automatización y nuevas formas de creatividad. Caerían startups, proyectos educativos, herramientas médicas, sistemas legales basados en IA. Todo lo que hoy da por sentado que esta tecnología llegará para quedarse.

El futuro no es solo técnico, es humano

Lo que está en juego no son solo líneas de código o velocidades de procesamiento. Es la confianza. La confianza de los usuarios en que sus datos están seguros. La confianza de los inversores en que el dinero no se evaporará. La confianza de los gobiernos en que no están dejando crecer un monstruo fuera de control.

Sam Altman camina sobre un alambre, entre la innovación y la responsabilidad, entre la ambición y la supervivencia. Y mientras tanto, millones de personas usan ChatGPT para escribir correos, preparar exámenes o iniciar negocios. Sin darse cuenta de que cada mensaje que envían alimenta un sistema que podría, un día, no estar ahí.

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