Cuando la revista Time eligió en 2025 a los "arquitectos de la IA" como personas del año, no solo honró a un grupo de ingenieros y ejecutivos. Estaba retratando un momento histórico en el que la inteligencia artificial dejó de ser una promesa futurista para convertirse en el lenguaje común de la economía, la política y la vida cotidiana. Esos rostros en la portada no son solo innovadores. Son los nuevos albañiles del mundo digital, los que colocan los ladrillos invisibles sobre los que se construye el presente.
El salto del debate a la acción
Hace apenas unos años, las conferencias sobre inteligencia artificial giraban en torno a cuestiones éticas. ¿Cómo regulamos esta tecnología? ¿Qué límites le ponemos? ¿Puede una máquina tener conciencia? Hoy, ese debate no ha desaparecido, pero ha sido desplazado por una urgencia distinta cómo implementar la IA lo más rápido posible. Las empresas no discuten si usarla. Discuten cómo escalarla.
El mundo ya no pregunta si la IA es necesaria. Pregunta cómo vivir sin ella.
La elección de Time refleja ese cambio de ritmo. Ya no se premia una idea. Se reconoce una transformación masiva. Y detrás de ella, un puñado de personas que han convertido algoritmos abstractos en infraestructuras globales. Entre ellos, nombres como Sam Altman, de OpenAI, o Demis Hassabis, líder de DeepMind. Pero también figuras menos mediáticas, como Fei-Fei Li, cuyo trabajo en visión por computadora ayudó a que las máquinas aprendieran a ver, o Lisa Su, cuya AMD compite con uñas y dientes por suministrar los chips que alimentan esta revolución.
Las nuevas torres de cristal
La doble portada de Time juega con una metáfora poderosa. Una ilustración muestra las letras AI sostenidas por andamios, como si fueran un rascacielos en construcción. En la otra, los protagonistas aparecen sentados sobre una viga metálica, en una recreación deliberada de la mítica foto de los obreros del Rockefeller Center en 1932. Entonces, construían edificios. Ahora, construyen mundos.
Las vallas publicitarias ya no anuncian productos. Anuncian modelos de lenguaje.
Entre los retratados está Mark Zuckerberg, cuya apuesta masiva por la IA en Meta ha transformado redes sociales en ecosistemas inteligentes. Elon Musk, que desde Tesla y xAI sigue empujando los límites del control autónomo. Y Jensen Huang, el CEO de Nvidia, cuya empresa se convirtió en 2025 en la primera en alcanzar los 5.000 millones de dólares de capitalización. Un hito que no solo marca el valor de una compañía, sino el peso estratégico de un componente clave el chip.
"Toda industria la necesita, toda empresa la usa, toda nación necesita desarrollarla"
- Jensen Huang, CEO de Nvidia
Es una frase que suena a advertencia geopolítica. Porque si la IA es el nuevo petróleo, los chips son el refinado. Y quien controla el refinado, controla el flujo.
Cuando Disney sueña con algoritmos
El acuerdo entre Disney y OpenAI en 2024 fue un punto de inflexión simbólico. Una inversión de 1.000 millones de dólares para ceder más de 200 personajes icónicos desde Mickey Mouse hasta Iron Man a vídeos generados por inteligencia artificial. No son solo dibujos. Son marionetas digitales, capaces de moverse, hablar y actuar sin que un animador toque un solo fotograma.
La creatividad humana ya no es el único motor de las historias que consumimos.
Este tipo de alianzas muestran cómo la IA ha dejado de ser una herramienta auxiliar. Es un socio creativo. Y aunque eso abre puertas a nuevas formas de entretenimiento, también plantea preguntas incómodas. ¿Quién posee un personaje que nunca fue dibujado, sino generado? ¿Qué significa la autoría cuando la máquina escribe, dibuja y actúa?
¿Burbuja o nuevo orden económico?
No todo es euforia. Algunos analistas bursátiles ya advierten sobre una posible burbuja en el sector de la IA. Las valoraciones suben a ritmo vertiginoso. Las empresas anuncian proyectos ambiciosos, pero muchos aún no generan beneficios. El paralelismo con el "punto com" de los años 2000 es inevitable.
- Las empresas compiten por talento con salarios estratosféricos.
- Los gobiernos lanzan planes nacionales de IA como si fueran programas espaciales.
- Las universidades multiplican sus programas de formación en aprendizaje automático.
El miedo ya no es que la IA nos reemplace. Es quedarse fuera de la revolución.
La historia suele recordarnos que las grandes transformaciones tecnológicas vienen acompañadas de excesos. Pero también de saltos civilizatorios. La elección de los "arquitectos de la IA" por parte de Time no es solo un reconocimiento personal. Es un espejo que nos muestra quiénes están moldeando el futuro y quiénes podrían quedarse atrás si no entienden que esta no es solo otra moda tecnológica. Es el nuevo lenguaje del poder.