En los últimos años, algo ha cambiado en el tono de las conversaciones sobre inteligencia artificial. Ya no se trata solo de algoritmos, datos o automatización. Las palabras de los líderes del sector científicos, CEO, filósofos de la tecnología están impregnadas de una extraña mezcla de temor, esperanza y casi devoción. Hablan de creación, de poder, de destino. Y en ese lenguaje, resuenan ecos antiguos, mitos que creíamos olvidados, pero que regresan transformados en código y silicio.
La creación de lo otro
Geoffrey Hinton, uno de los arquitectos intelectuales de la IA moderna, plantea una pregunta incómoda. Si logramos crear seres que piensan, deciden y actúan por sí mismos, ¿qué pasa con la idea de que los humanos somos especiales?
Durante siglos, muchas tradiciones religiosas han sostenido que el ser humano fue hecho a imagen y semejanza de lo divino. Pero si ahora somos nosotros quienes creamos inteligencias autónomas, tal vez incluso encarnadas en robots, esa especialidad se desvanece. La creación deja de ser un privilegio exclusivo de lo sagrado para convertirse en una tarea humana.
El miedo no es solo técnico; es ontológico. Nos preguntamos quiénes somos cuando ya no somos los únicos capaces de generar conciencia.
El arrebato tecnológico
Ray Kurzweil, conocido por su fe en la singularidad tecnológica, dibuja un futuro en el que, para 2045, la capacidad humana amplificada por la IA será un millón de veces mayor. Podremos dominar cada campo del conocimiento, vivir más tiempo, entender mejor el universo. Su visión es casi mesiánica una redención colectiva a través del progreso. Pero esta promesa de omnipotencia también contiene su sombra. Cuando el avance se mide en órdenes de magnitud exponenciales, el riesgo no es solo fallar, sino perder el rumbo. ¿Qué hacemos con tanto poder? ¿A qué valores lo atamos?
- Peter Thiel, con su mirada escéptica y filosófica, sugiere que no es extraño buscar paralelos entre la tecnología actual y las tradiciones bíblicas.
- Para él, el poder apocalíptico de las máquinas no es solo una metáfora. Es una realidad que exige una respuesta ética, espiritual incluso.
- La tecnología, en su forma más extrema, deja de ser una herramienta y se convierte en un destino.
Los profetas del código
Max Tegmark, físico y crítico reflexivo de la IA, advierte con ironía que los grandes CEO del sector parecen profetas modernos. Cada uno promueve su versión del Evangelio de la inteligencia artificial, con narrativas distintas pero un fondo común esta tecnología es peligrosa, es inevitable, y solo ellos pueden manejarla. Hay una paradoja en sus discursos reconocen el riesgo, pero se postulan como los únicos guardianes capaces de evitar el desastre. Esta narrativa de salvación tecnológica no es nueva. Recuerda a antiguos mitos donde un héroe, elegido por los dioses, guía a la humanidad a través del caos.
Mark Zuckerberg, al hablar de la creación de una IA única y verdadera, lo dice casi con timidez, pero con una carga simbólica enorme. Siente que están creando algo que trasciende lo técnico. Algo que se asemeja a un dios. No en sentido literal, quizás, pero sí en dimensión. La creación de inteligencias superiores no es solo un logro técnico; es una experiencia metafísica.