El primer robot humanoide ruso se cayó en su presentación pública

El robot, que mide 1,86 metros y pesa 95 kilogramos, fue presentado como una pieza clave del futuro tecnológico de Rusia.

19 de noviembre de 2025 a las 12:55h
un fallo electrico derribo al robot humanoide ruso
un fallo electrico derribo al robot humanoide ruso

Hace apenas unos días, en una sala de eventos de Moscú, el escenario estaba preparado para un momento histórico el debut público del primer robot humanoide ruso con inteligencia artificial. La banda sonora de Rocky empezó a sonar, y entre luces y expectación, apareció el androide desarrollado por la empresa Aidol. Caminó unos pasos, levantó el brazo en señal de saludo… y entonces, como si el guion se hubiera desviado bruscamente, perdió el equilibrio y cayó. El silencio fue más elocuente que cualquier palabra.

El robot, que mide 1,86 metros y pesa 95 kilogramos, fue presentado como una pieza clave del futuro tecnológico de Rusia. Diseñado para expresar una docena de emociones y funcionar hasta seis horas con autonomía, no es solo un experimento. Es el proyecto estrella de la Nueva Coalición Tecnológica de Rusia, un ambicioso consorcio formado por empresas de robótica y universidades técnicas. Su caída, sin embargo, fue un recordatorio físico de que el camino hacia los humanoides funcionales sigue siendo tan frágil como prometedor.

Mientras el público observaba desconcertado, dos técnicos corrieron a cubrir al robot con una tela negra. Lo retiraron del escenario con discreción, como si se tratara de un accidente en una prueba militar. No hubo explosión, no hubo drama televisivo, solo una imagen que pronto se viralizó el sueño de la robótica rusa, tendido en el suelo, perdiendo piezas.

Vladimir Vitukhin, director general de Aidol, trató de explicar lo ocurrido. El entorno era distinto, incluyendo la iluminación, dijo en declaraciones al Moscú Times.

"Debemos tener en cuenta que el entorno era distinto, incluyendo la iluminación" -Vladimir Vitukhin

Y es cierto. Los robots no siempre fallan por defecto propio. A veces, un cambio en la iluminación, un reflejo en el suelo o una señal de interferencia puede desestabilizar sensores que dependen de cámaras o sensores LiDAR. Pero también es cierto que este tipo de incidentes no son nuevos. Recordemos a los robots de rescate en el concurso Darpa en 2015, tantos de los cuales se cayeron al intentar subir escaleras o abrir puertas. La diferencia es que ahora el escenario no es una competición técnica, sino una declaración de intenciones geopolíticas.

Aidol asegura que el robot ha sido probado en terrenos complicados, como rocas o superficies resbaladizas. Según Vitukhin, la caída pudo deberse a un fallo eléctrico. El problema no estuvo en el software ni en la mecánica, sino en algo tan básico como el suministro de energía. Es un detalle que revela una vulnerabilidad clave por muy avanzada que sea la inteligencia artificial, un cortocircuito puede derribar todo el edificio.

Este episodio pone el foco en los retos que aún enfrentan los robots humanoides. No basta con que caminen, hablen o simulen emociones. La verdadera prueba no es moverse en un laboratorio, sino hacerlo en el mundo real, con sus imperfecciones, su imprevisibilidad y su gravedad implacable. Aún estamos lejos de que un robot pueda servir el desayuno, recoger el salón o ayudar a una persona mayor a levantarse del sofá sin riesgo de caerse o de hacerla caer.

Hay algo profundamente humano en ver a una máquina tropezar. Nos recuerda que la estabilidad no es solo cuestión de ingeniería, sino de experiencia, de adaptación, de miles de intentos fallidos. Los robots no aprenden con el mismo dolor, pero sí con el mismo ensayo y error. Solo que sus errores ocurren bajo los focos, sin la privacidad que a nosotros nos permite tropezar y levantarnos en silencio.

Quizá el robot de Aidol no cumplió con las espectativas ese día. Pero su caída, paradójicamente, lo hizo más real. Más cercano. No como un producto terminado, sino como un paso torpe, incierto, pero necesario en un camino que la humanidad sigue recorriendo con fascinación y temor.

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