En un aula de secundaria de Barcelona, dos profesores miran el mismo reloj pero viven en mundos distintos. Uno, de 28 años, genera un examen completo con ayuda de inteligencia artificial en poco más de 15 minutos. El otro, con décadas de experiencia, tarda más de una hora en hacer lo mismo desde cero. No es solo una cuestión de edad. Es una grieta cultural, una brecha generacional que ya no se mide en años sino en forma de pensar.
Este contraste no ocurre solo en las aulas. Está en las oficinas, en los despachos, en las plantas de producción. La inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una herramienta cotidiana, pero su adopción no ha sido uniforme. Y lo más llamativo no es que algunos la usen, sino cómo la usan.
La IA como nuevo idioma
Ignasi Llorente, CEO de la consultora estratégica Utopiq, lo dice sin rodeos el cambio más profundo no es tecnológico, es cultural. Y lo resume con una metáfora que cala hondo la IA no es una herramienta más, es un nuevo idioma de trabajo.
"El cambio más grande es el cultural, no el tecnológico" - Ignasi Llorente, CEO de Utopiq
En apenas tres años, las organizaciones han pasado del escepticismo al miedo de quedarse atrás, y ahora navegan una ola de adopción que Llorente describe como "transversalidad imparable". La IA ya no es cosa de departamentos de innovación. Está en recursos humanos, en logística, en atención al cliente. Y quien no aprenda a hablar este nuevo idioma, corre el riesgo de quedarse mudo en una conversación que ya no espera.
Saber preguntar, no solo obtener respuestas
Uno de los mitos más extendidos es que la inteligencia artificial piensa por nosotros. Pero lo que realmente marca la diferencia no es la rapidez con la que responde, sino la calidad de la pregunta que le haces.
"En un mundo donde todos tienen acceso al mismo motor, la ventaja la marca la calidad de las preguntas" - Ignasi Llorente
Guiar un modelo para resolver un problema complejo exige claridad, síntesis, criterio. No basta con pedir un informe o un examen. Hay que contextualizar, refinar, iterar. Es como encargar una obra a un pintor genial sin decirle qué quieres expresar. La técnica está ahí, pero la intención la pones tú.
Y eso requiere una capacidad que no se enseña en los manuales de software el pensamiento crítico. Porque si todo el mundo recibe respuestas similares a preguntas vagas, el resultado será una estandarización del pensamiento, no una ampliación de posibilidades.
El riesgo de delegar el pensamiento
José Torró, ingeniero de DevOps de 26 años, ha visto cómo algunos compañeros abren ChatGPT al inicio de una reunión y no lo cierran hasta el final. En una de ellas, los directivos dejaron que la IA propusiera la estrategia. Al terminar, nadie supo qué habían decidido.
"La gente ha dejado de pensar, acude a la IA para absolutamente todo" - José Torró, ingeniero de DevOps
El peligro no está en usar la IA, sino en confundir su utilidad con una suplantación de la inteligencia humana. Torró lo advierte con crudeza si no tienes conocimientos en redes, arquitectura o desarrollo, lo que te devuelva la IA puede parecer correcto y estar completamente equivocado. La tecnología no sustituye la formación, la multiplica.
La brecha generacional y la resistencia silenciosa
En los centros educativos, la brecha es evidente. Ivan Ortega, profesor joven y entusiasta, observa que sus compañeros con más experiencia suelen usar menos la IA. Y cuando lo hacen, a menudo no exploran ni el 10% de sus capacidades.
Su consejo es simple poner a la IA en contexto. Decirle con claridad qué se necesita, sin rodeos. Pero también reconoce que no todos los docentes tienen tiempo para experimentar. Y muchas resistencias vienen de ahí, no del rechazo ideológico, sino de la falta de tiempo y recursos.
"Una parte importante y creciente de los docentes está profundamente implicada" - Anna Sánchez Caballé, profesora de tecnología educativa en la Universidad Jaume I
Anna Sánchez Caballé, experta en tecnología educativa, defiende que el prompting es decir, el arte de formular buenas preguntas a la IA debe integrarse en el currículum como una competencia digital básica, al nivel de la comprensión lectora. No como asignatura aparte, sino como habilidad transversal. Porque en la ESO y en Bachillerato no solo se aprende contenido se consolidan el pensamiento crítico, la investigación, la reflexión.
La nueva alfabetización digital
En los años 90, no saber usar un ordenador era un obstáculo. Hoy, no saber interactuar con la IA puede convertirse en una barrera similar. Llorente no duda saber trabajar con IA ya no es un extra, es la nueva alfabetización digital.
"Saber trabajar con IA ya no es un extra es la nueva alfabetización digital" - Ignasi Llorente
Y esto no es solo una tendencia. La futura ley de IA de la Unión Europea podría hacer obligatoria la alfabetización en inteligencia artificial en todos los sectores. No se trata de formar a todos como ingenieros de machine learning, sino de garantizar que cualquier persona pueda usar estas herramientas con criterio, ética y eficacia.
El valor de lo humano en la era de la máquina
Una administrativa de 55 años del sector del transporte cuenta que su empresa les pidió usar Gemini para redactar correos. Muchos lo vivieron como una crítica velada ¿es que no sabemos escribir? Ella, sin embargo, lo ha integrado. "Ahora parto de un nivel inicial más alto y me dedico a pulir el texto", dice. Pero también advierte si tanto quien escribe como quien revisa usan IA, ciertas exigencias pueden perder sentido.
¿Qué pasa cuando todos delegan en la misma herramienta? Que la originalidad se diluye. Que los informes suenan igual. Que las decisiones se postergan porque nadie asume el riesgo de pensar distinto.
Y en ese escenario, Llorente ve una paradoja en un mundo dominado por máquinas, las ideas genuinamente originales serán oro. El verdadero valor no estará en la velocidad o en la eficiencia, sino en la capacidad de generar pensamientos potentes, diferentes, relevantes.
"Las ideas genuinamente originales serán oro"
La inteligencia artificial no viene a reemplazarnos. Viene a amplificarnos. Pero solo si sabemos qué queremos amplificar.