Cuando una palabra se vuelve síntoma, algo profundo está cambiando en la cultura. No se trata ya de cómo hablamos, sino de cómo pensamos, consumimos y nos relacionamos con la información. En 2025, el sello editorial Merriam-Webster ha elegido una palabra que suena a desprecio, a incomodidad, casi a asco *slop*. No es un insulto lanzado al azar. Es un diagnóstico.
La palabra que define una era digital enferma
Slop. En inglés, evoca algo blando, resbaladizo, que se derrama sin forma. Como el puré frío de la mañana después de una fiesta demasiado larga. Pero en este caso, no es comida lo que se derrama. Es contenido. Millones de artículos, imágenes, videos, audios. Todo producido a gran velocidad, muchas veces sin autor visible, sin intención clara, sin valor aparente. El slop es la materia digital residual que inunda nuestras pantallas sin pedir permiso.
Merriam-Webster lo define con precisión quirúrgica contenido digital de baja calidad generado masivamente mediante inteligencia artificial. Pero la explicación va más allá. "Todo el material que nos aparece en las pantallas queda condensado en apenas cuatro letras. Slop suena como algo húmedo, viscoso, que no se quiere tocar. Slop es algo que se escurre y lo invade todo", señalan desde la editorial.
"Slop es algo que se escurre y lo invade todo" - Merriam-Webster
No es solo un fenómeno técnico. Es un fenómeno sensorial. Cualquiera que haya navegado por foros, portales de noticias automatizados o redes sociales repletas de titulares absurdos sabe de qué hablan. Es ese momento en que piensas "¿En serio alguien creó esto?". Pero el problema es que no fue alguien. Fue un algoritmo.
La inteligencia artificial como fábrica de humo
La inteligencia artificial prometió eficiencia, creatividad, ayuda. Y en muchos casos, la ha cumplido. Pero también ha abierto la puerta a una industria de la opacidad. Sitios web completos generados en minutos. Blogs que publican cientos de artículos al día sobre temas como "los mejores calcetines para correr en invierno" o "cómo cocinar huevos con vinagre balsámico", sin que ningún ser humano los haya escrito, probado o siquiera pensado.
Y cuando el contenido es tan barato de producir, la calidad se evapora. El slop no informa. No entretiene. Simplemente ocupa espacio. Y lo hace con un propósito claro enganchar, retener, monetizar. Cada clic, cada segundo de atención, es dinero. El valor del contenido ya no está en su verdad o belleza, sino en su capacidad de aparecer en una búsqueda.
El problema se vuelve peligroso cuando el slop deja de hablar de calcetines y empieza a hablar de política.
Slop con intención cuando la desinformación se vuelve viral
En enero de 2024, un audio falso en la voz de Joe Biden circuló masivamente. Usando inteligencia artificial, la grabación instaba a los votantes de New Hampshire a no participar en las primarias. "Guarden su voto para la elección general", decía la voz sintética. No era Biden. Era slop. Pero para muchos, sonaba real.
Y no fue un caso aislado. Durante la campaña presidencial, imágenes manipuladas de Kamala Harris se extendieron como fuego en un bosque seco. Una de ellas la mostraba dando una conferencia ante un auditorio con símbolos comunistas. Otra la colocaba en poses humillantes. Estas no eran simples falsificaciones. Eran armas de desinformación masiva, disfrazadas de contenido.
Y quien las compartió no fue un bot cualquiera. Fue Donald Trump. Un expresidente con cientos de millones de seguidores. En ese momento, el slop dejó de ser molesto. Se volvió peligroso. Porque cuando la desinformación tiene alcance, no solo contamina la conversación. Corrompe la democracia.
Las palabras que buscamos hablan de nuestro miedo
Mientras el slop se expande, las personas buscan respuestas. Y muchas veces, comienzan por entender el lenguaje. En 2025, Merriam-Webster registró un aumento notable en búsquedas de palabras como *tariff* y *gerrymander*. La primera, por la reactivación de la guerra comercial bajo la política de Trump. La segunda, por los reiterados movimientos de manipulación electoral realizados tanto por republicanos como demócratas.
Es revelador. Mientras el contenido barato invade las redes, la gente acude a diccionarios para comprender realidades complejas. Hay una sed de claridad en medio de una tormenta de ruido. Buscamos definiciones porque queremos certezas. Porque cuando todo parece falso, hasta las palabras necesitan verificación.
¿Podemos limpiar el flujo?
No hay una solución sencilla. La inteligencia artificial no va a desaparecer. Tampoco el incentivo económico de producir contenido a bajo costo. Pero podemos empezar por nombrar lo que nos enferma. Llamarlo slop es el primer paso. Porque cuando algo tiene nombre, deja de ser invisible.
Y tal vez, en medio de este caos, surja una contracorriente. Periodistas más cuidadosos. Plataformas más responsables. Lectores más escépticos. Personas que exijan no solo información, sino sentido. Que prefieran un artículo bien escrito a mil generados por una máquina.
El futuro no tiene por qué ser viscoso. Podría ser claro, sólido, humano. Depende de qué tipo de contenido decidamos alimentar. Y de qué tipo de palabra queremos que defina nuestro tiempo.