En la era de la inteligencia artificial, donde los datos se han convertido en el nuevo petróleo, una aplicación llamada Neon ha irrumpido con una propuesta tan llamativa como polémica pagar a los usuarios por grabar sus llamadas telefónicas.
La promesa es simple. Cada minuto de conversación puede convertirse en dinero, y según la app, algunos podrían ganar cientos o incluso miles de dólares al año solo por hablar. Pero detrás de esta aparente oportunidad se esconden preguntas profundas sobre privacidad, ética y los riesgos de normalizar la vigilancia digital en nombre de la innovación tecnológica.
Neon funciona como una aplicación de llamadas, pero con un giro. Cada conversación entre usuarios se graba automáticamente, y esos audios se utilizan para entrenar modelos de inteligencia artificial. Por cada minuto de llamada entre dos usuarios de Neon, la app paga treinta céntimos de dólar. Si uno de los interlocutores no es usuario de la app, la tarifa baja a quince céntimos. El tope diario de ingresos está fijado en treinta dólares, lo que limita el potencial económico pero incentiva el uso frecuente. Además, el sistema de referidos ofrece treinta dólares por cada nueva persona que se una, lo que explica en parte su rápida expansión.
En pocos días, Neon se convirtió en la segunda aplicación social más descargada en la App Store de Estados Unidos, un logro impresionante que evidencia el atractivo de monetizar la vida cotidiana. Sin embargo, esta popularidad ha venido acompañada de serias preocupaciones técnicas y éticas. Actualmente, la app solo está disponible en Estados Unidos. En España ni siquiera aparece en la tienda de aplicaciones, lo que no quita que su modelo pueda extenderse en el futuro, especialmente si se demuestra rentable.
Uno de los aspectos más controvertidos se encuentra en los términos de servicio. Al registrarse, los usuarios otorgan a Neon una licencia mundial, exclusiva, irrevocable y transferible sobre sus grabaciones. Esto significa que la compañía puede vender esos audios, modificarlos, crear obras derivadas o distribuirlos en cualquier formato, presente o futuro. En otras palabras, el usuario pierde el control sobre su propia voz y sus conversaciones una vez que pulsa aceptar. Neon asegura que los procesos incluyen anonimización, eliminación de datos personales y venta solo a empresas revisadas, pero la realidad ha demostrado que esos sistemas no son infalibles.
Un análisis técnico realizado por TechCrunch reveló una vulnerabilidad grave. Bastaba con crear una cuenta y analizar el tráfico de red usando una herramienta como Burp Suite para acceder a datos de otros usuarios. Esto permitió visualizar números de teléfono, enlaces públicos a grabaciones, transcripciones completas de llamadas e incluso metadatos como duración, fecha y pagos obtenidos. La brecha no era un fallo menor; era una puerta abierta a la exposición masiva de información privada.
Ante el descubrimiento, el fundador de Neon cerró los servidores y envió un correo anunciando una pausa por razones de seguridad. Pero curiosamente, no mencionó la filtración. En su comunicación oficial, solo se comprometió a agregar capas extra de seguridad, sin reconocer explícitamente lo sucedido.
Este silencio estratégico plantea dudas sobre la transparencia de la empresa y su verdadero compromiso con la privacidad de los usuarios.
Además, las funciones en fase beta de Neon se ofrecen sin garantías ni responsabilidad en caso de fallos, una cláusula que descarga a la empresa de cualquier consecuencia legal si algo sale mal. Esto es especialmente preocupante cuando se trata de datos tan sensibles como grabaciones de llamadas personales. La anonimización prometida puede sonar tranquilizadora, pero la filtración demostró que esa promesa no se cumplió en la práctica.
El caso de Neon no es una excepción aislada. Es un síntoma de una tendencia creciente empresas que ofrecen pequeñas recompensas económicas a cambio de grandes cantidades de datos personales, muchas veces sin que los usuarios comprendan del todo lo que están cediendo. Estamos normalizando la idea de que nuestras conversaciones, nuestras voces, nuestras vidas pueden ser materia prima para algoritmos.
La tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad para regularla o comprender sus implicaciones. Y mientras las empresas prometen innovación, seguridad y anonimato, los hechos muchas veces cuentan otra historia. Neon puede ser solo el comienzo de un modelo que, si no se controla, podría transformar cada conversación telefónica en un producto comercial sin que lo sepamos. O peor aún, sin que nos importe. Porque, al final, ¿cuánto vale una llamada si te pagan treinta céntimos por minuto?