En 2025, Estados Unidos emitirá una montaña de 25.400 millones de dólares en deuda asegurada vinculada a centros de datos. Es más del doble que el año anterior. No es solo un crecimiento. Es una carrera desbocada. Una fiebre del oro digital que no se veía desde los albores del internet. Pero esta vez no se busca oro. Se buscan electrones.
La fiebre de los gigabajos
Los centros de datos ya no son simples almacenes de servidores. Son los templos del siglo XXI. Las catedrales de la inteligencia artificial. Y como en tiempos medievales, se levantan a toda prisa, financiadas con dinero hoy, para prometer salvación tecnológica mañana. Microsoft, Google, Oracle y Meta han lanzado al mercado más de 100.000 millones de dólares en deuda este año. Con ese dinero no compran edificios. Compran GPUs. Miles de millones de transistores que hambrientos devoran energía para entrenar modelos que aprenden a hablar, dibujar, diagnosticar.
Oracle destaca con luz propia y sombra pesada. Ha cerrado un acuerdo de 300.000 millones de dólares con OpenAI, el mayor contrato de su historia, y ahora es el mayor emisor de deuda corporativa fuera del sector financiero. Su deuda total ronda los 111.600 millones. Su caja ha menguado. Y según Citigroup, necesitará pedir prestados entre 20.000 y 30.000 millones más cada año, durante al menos tres años. Cada vez más alto. Cada vez más rápido. Pero, ¿hasta dónde?
"No hay energía para tanto chip" - Satya Nadella, CEO de Microsoft
Las palabras de Nadella no son una advertencia técnica. Son un grito de realismo frente a un deseo desmedido. Porque detrás de cada prompt que generas, de cada imagen que crea una IA, hay un consumo de energía que se mide en megavatios, no en kilómetros recorridos. Y la red eléctrica no está preparada. Un estudio de Deloitte revela una cola de espera de siete años para conectar ciertos centros de datos a la red. Siete años. Toda una generación tecnológica perdida en el limbo burocrático.
El nuevo petróleo ya no es negro
La energía eléctrica se ha convertido en el activo más codiciado. OpenAI lo ha dejado claro los electrones son el nuevo petróleo. Pero el petróleo se extrae. La electricidad se genera, distribuye, gestiona. Y no crece a la velocidad de los algoritmos. Google ha firmado un acuerdo con TotalEnergies para recibir 1.500 gigavatios hora de electricidad durante los próximos 15 años. Meta, por su parte, ha sellado una alianza con Treaty Oak Clean Energy para sumar 385 megavatios procedentes de plantas solares en Luisiana. No es solo estrategia. Es supervivencia.
"Si no hay enchufe, no hay préstamo"
Esa es la nueva ley no escrita del financiamiento tecnológico. Los inversores están dispuestos a prestar dinero a condiciones muy ajustadas. Cobran apenas un 1 % más que la deuda pública segura de Estados Unidos. Aceptan esos riesgos porque creen en el futuro. O porque no saben que el edificio que financian durará 30 años, pero los chips que albergará estarán obsoletos en 3 o 4.
Los edificios de centros de datos se financian a 20 o 30 años, pero la tecnología interna cambia cada 3 o 4 años.
Este desfase es una bomba de relojería. ¿Qué pasará con esos gigantescos complejos cuando la tecnología actual quede enterrada bajo la siguiente revolución? ¿Quién pagará por mantener encendidas las instalaciones si la IA no genera los ingresos prometidos?
¿Estamos ante una burbuja de inteligencia?
CoreWeave, una empresa especializada en infraestructura para IA, ha conseguido líneas de crédito por 2.500 millones de dólares respaldadas por bancos como JPMorgan. Es un síntoma. El dinero fluye. Pero no siempre fluye en la dirección correcta. El informe de Moody's ya ha lanzado la alarma. Analistas hablan de una exuberancia irracional en el sector. Suena familiar. Como 1999. Como 2007. Como todos esos momentos en los que confundimos velocidad con dirección.
El total de instrumentos financieros complejos ligados a este sector ABS y CMBS asciende a casi 49.000 millones de dólares. Es dinero que no siempre entiende lo que financia. Que ve centros de datos como bienes inmuebles seguros, cuando en realidad son laboratorios en perpetuo cambio. Y si la IA no cumple con su promesa de productividad, eficiencia o innovación disruptiva, la factura eléctrica y financiera podría hundir a más de uno.
La gran pregunta no es si podemos construir más centros. Es si la sociedad necesitará realmente tanta inteligencia artificial. Si los beneficios serán suficientes para pagar esos 300.000 millones de dólares en promesas. La gran incógnita es si la demanda de IA podrá pagar la factura eléctrica y financiera en 5 o 10 años.
Mientras tanto, los cables se instalan, las turbinas giran, los servidores se encienden. Y en alguna parte, un modelo de lenguaje responde a un niño que le pide un cuento. Todo ese viaje empieza con una palabra. Pero también con un vatio. Y el precio de ese vatio, pronto, podría definir quién gana la carrera. O quién queda fuera de la red.