Elon Musk no está construyendo empresas. Está construyendo imperios. Y no cualquier tipo de imperio. Hablamos de estructuras económicas, tecnológicas y simbólicas que desafían los límites de lo que hasta ahora entendíamos por poder privado. Según Forbes, Musk acaba de convertirse en la primera persona en la historia en superar una fortuna estimada de 600.000 millones de dólares. Un número tan grande que, literalmente, no entra en la cabeza. Es como si alguien intentara contar las estrellas de la Vía Láctea mientras corre una maratón.
Un billón no es un número, es una promesa
Este salto cuántico en su patrimonio no es fruto de la lotería ni de herencias milenarias. Es el resultado de una apuesta arriesgada, constante y aparentemente interminable por tecnologías disruptivas. Musk no solo quiere ser rico. Quiere redefinir la escala del éxito. Su objetivo declarado es superar el billón de dólares en 2026. No como un lujo más, sino como una consecuencia directa de lo que están construyendo sus empresas. Y ahí es donde las cosas dejan de sonar a ficción para entrar en terreno de ingeniería financiera y tecnológica de alto voltaje.
El epicentro de esta explosión de valor se llama SpaceX. En apenas unos meses, su valoración ha pasado de 400.000 millones a 800.000 millones de dólares. Sí, has leído bien se ha duplicado. Y lo más sorprendente es que esta cifra proviene de una operación privada de venta de acciones entre empleados, no de una subasta en Wall Street. SpaceX ya es la start-up más valiosa del mundo, por delante de gigantes como OpenAI, Anthropic o ByteDance, la empresa matriz de TikTok.
"Me gusta estar en muchos de los proyectos de Musk" - Jensen Huang, CEO de Nvidia
La frase del fundador de Nvidia no es un cumplido casual. Es la confesión de un estratega que ve en Musk un catalizador de valor en sectores clave inteligencia artificial, cómputo de alto rendimiento y exploración espacial. Huang sabe que donde pisa Musk, crece la innovación y, con ella, las oportunidades para quienes proveen las herramientas del cambio.
La máquina de generar riqueza se llama SpaceX
Musk posee aproximadamente el 42% de SpaceX. Ese porcentaje, multiplicado por una valoración de 800.000 millones, le aporta directamente unos 336.000 millones de dólares a su patrimonio. Pero eso no es todo. SpaceX ya está negociando con bancos para salir a bolsa, y las estimaciones no dejan lugar a dudas todo el mundo espera una OPV monumental.
Según Reuters, la compañía busca captar hasta 25.000 millones de dólares con una valoración de un billón. Bloomberg es aún más ambicioso habla de 30.000 millones recaudados y una valoración de 1,5 billones. Si eso sucede, el salto en la fortuna de Musk sería histórico. De salir a bolsa con esa valoración, su patrimonio podría aumentar en cerca de 168.000 millones de dólares de golpe.
SpaceX no es solo cohetes y misiones a Marte. Es Starlink, la red de satélites que ya ofrece internet en zonas remotas del planeta. Es Starship, el sistema de lanzamiento más potente jamás construido. Es contratos con la NASA, con ejércitos, con gobiernos. Es una infraestructura digital y espacial que, poco a poco, se convierte en un bien público privado. Una empresa que ya no compite por contratos, sino que define las reglas del juego.
Tesla, el motor que no se detiene
Mientras SpaceX acelera hacia el espacio, Tesla no se queda atrás. Las acciones de la automotriz han subido un 17% en el último mes, rozando los 481 dólares por acción. Es un repunte que refleja una confianza renovada en su capacidad para liderar la movilidad del futuro. Musk posee cerca del 12,5% de la compañía, un porcentaje que, en el contexto actual, vale cientos de miles de millones.
Y Tesla no solo vende coches. Está probando robotaxis sin monitores de seguridad en el asiento del pasajero delantero. Es decir, vehículos autónomos circulando en condiciones reales, sin humanos de respaldo. No es ciencia ficción. Es una prueba que ya está ocurriendo en algunas ciudades. Estamos a punto de vivir un cambio en la movilidad urbana que podría ser tan disruptivo como la llegada del automóvil en el siglo XX.
Pero el verdadero motor de esta escalada es un bonus aprobado en noviembre por los accionistas de Tesla casi un billón de dólares en remuneración para Musk, condicionado a que la compañía alcance una capitalización de 8,5 billones de dólares en 12 años. Hoy está en 1,58 billones. Eso implica multiplicar su valor por seis. Una meta que muchos califican de imposible. Otros, de brillante. El fondo soberano de Noruega, habitual defensor de la responsabilidad corporativa, ya ha mostrado su oposición. Es una retribución sin precedentes, diseñada para premiar un impacto sin precedentes.
xAI, la apuesta por la inteligencia que viene
Y aún hay más. Musk no se conforma con el espacio ni con los coches. Ha lanzado xAI, su propia start-up de inteligencia artificial, en una carrera abierta contra OpenAI, la compañía que él mismo ayudó a fundar. xAI está en medio de una ronda de financiación para recaudar 15.000 millones de dólares, con una valoración proyectada de 230.000 millones. No es solo dinero. Es una declaración de intenciones. Musk quiere tener el control de la tecnología que, según él, definirá el futuro de la humanidad.
El panorama que dibuja este conjunto de empresas es inédito. Nunca antes un individuo ha acumulado tal concentración de poder tecnológico, económico y simbólico. No se trata solo de riqueza. Se trata de agencia. De capacidad para mover industrias enteras, para acelerar transiciones energéticas, para llevar humanos a otros planetas, para redefinir cómo pensamos, viajamos y comunicamos.
Elon Musk no es solo el hombre más rico del mundo. Es una figura que desborda la economía y entra en el territorio del mito. Una persona cuyo éxito ya no se mide en miles de millones, sino en la capacidad de cambiar el rumbo de la civilización. Y, mientras escribimos esto, su cohete más grande sigue en la plataforma de lanzamiento, esperando su momento.