En mayo de 2024, Microsoft presentó Windows Recall, una función de inteligencia artificial que prometía recordarlo todo lo que habías hecho en tu ordenador. Cada ventana abierta, cada documento editado, cada búsqueda realizada, almacenada y recuperable con un simple gesto. Sonaba como el sueño de un archivador obsesivo. Pero también como la pesadilla de cualquiera que alguna vez haya borrado el historial del navegador con urgencia.
La promesa que no llegó
Recall fue recibido con escepticismo inmediato. ¿Un sistema que graba todo lo que haces en tu PC? ¿Almacenado en la nube? Las alertas de privacidad saltaron como fuegos artificiales en una noche de julio. Microsoft tuvo que dar marcha atrás, retrasar el lanzamiento y finalmente activarlo sin anuncios, como si lo colara en el bolsillo del usuario mientras miraba hacia otro lado.
Este episodio simboliza algo más amplio. Tres años después del auge de ChatGPT, la inteligencia artificial aún no ha provocado la revolución esperada en los ordenadores personales. Las funciones de IA se han ido cosiendo al sistema operativo como parches en una tela vieja copilotos aquí, sugerencias allá, integraciones en el Bloc de Notas o en Paint. Pero nada que cambie realmente la forma en que usamos un PC.
Y hay quien ya no lo aguanta. Un desarrollador creó una aplicación solo para desactivar todas las funciones de IA en Windows 11. No por miedo, ni por paranoia. Por hartazgo.
El silencio de los usuarios
La industria habla de transformación. Pero los usuarios responden con indiferencia. Navegadores como Comet, Dia o Atlas, diseñados desde cero con IA en el núcleo, apenas han logrado tracción. Microsoft Edge integró Copilot y lo promocionó sin descanso. Y aun así, la mayoría sigue eligiendo navegadores tradicionales. Firefox, por ejemplo, mantiene una base fiel que no pide IA. Lo que pide es estabilidad, velocidad, respeto por la privacidad.
"Firefox no necesita IA, sino escuchar a sus usuarios"
Este mensaje, repetido en foros, redes y encuestas, es un jarro de agua fría para quienes ven la inteligencia artificial como el próximo gran salto. El nuevo CEO de Mozilla lo entendió, o al menos lo dijo quiere hacer de Firefox un producto centrado en la IA. Pero el eco de los usuarios fue claro. No es que rechacen la tecnología. Es que no la necesitan. Al menos no así.
La IA como excusa
Entre tanta función nueva, hay un patrón inquietante. Microsoft subió el precio de Microsoft 365. Adobe hizo lo mismo con sus suscripciones. Ambas empresas justificaron el aumento con la integración de inteligencia artificial. Como si el simple hecho de añadir un botón con el logo de una chispa valiera cincuenta euros más al año.
La IA se ha convertido en la excusa perfecta para subir precios. No porque haya revolucionado el software, sino porque suena moderna, futurista, imprescindible. Pero muchos consumidores sospechan que están pagando por algo que apenas usan.
Y no es solo en el software. El Humane AI Pin, un dispositivo que prometía liberarte del móvil usando IA, fue un fracaso comercial y técnico. El Rabbit R1, otro gadget con aspiraciones similares, tampoco convenció. Ambos pecaron del mismo error creyeron que la IA por sí sola era suficiente para vender un producto. Olvidaron que la gente compra soluciones, no tecnologías de moda.
La vida cotidiana, con IA o sin ella
La inteligencia artificial ya está en nuestras lavadoras, en nuestros frigoríficos, en nuestros hornos. Algunos modelos aprenden cuándo abres la nevera, ajustan la temperatura del lavado o sugieren recetas. Funciones que, en la práctica, rara vez mejoran la experiencia. Son más bien un adorno tecnológico, como antenas parabólicas en el tejado de un edificio moderno.
Spotify lanzó un DJ de IA que mezcla canciones y habla entre temas con voz artificial. Suena natural, incluso simpático. Pero muchos usuarios lo ignoran. Prefieren hacer sus propias listas o dejarse llevar por algoritmos más tradicionales. No quieren un presentador imaginario. Quieren música.
"La IA es la excusa para subir precios"
Esta frase, repetida en foros técnicos y redes profesionales, resume el escepticismo creciente. Las empresas han invertido cientos de miles de millones en IA, esperando eficiencia, innovación, nuevos mercados. Pero la revolución no ha llegado. Y mientras tanto, el consumidor paga la cuenta.
El doble filo de la dependencia
Hay un sector donde la IA sí ha calado el de los programadores. Muchos ya no conciben su trabajo sin asistentes de IA que les generen código, expliquen errores o propongan soluciones. Pero también saben que no pueden fiarse al cien por cien. Un error en una línea de código puede colapsar un sistema entero.
Los programadores ya no pueden vivir sin la IA. Pero saben que no se pueden fiar al 100% de ella.
Es una relación de amor y desconfianza. Como con un colega brillante pero impredecible. Y si incluso quienes dominan la tecnología la ven con recelo, ¿qué esperar del resto de los usuarios?
¿Y ahora qué?
El interés por alternativas como ciertas distribuciones de Linux ha resurgido. No por fanatismo técnico, sino por una sensación creciente de que Windows 11 se ha saturado, que prioriza funciones de IA innecesarias sobre rendimiento y simplicidad.
Meta, por su parte, ha impuesto el círculo azul de Meta AI en Facebook como si fuera un nuevo profeta digital. Pero la gente sigue compartiendo memes, fotos de familia y noticias falsas como si nada hubiera cambiado.
La revolución prometida sigue sin llegar. Y mientras tanto, la IA se ha convertido en un accesorio más del paisaje digital.
Tal vez el problema no sea la tecnología, sino la forma en que se la vende. Como si pensar fuera opcional. Quizá el futuro no esté en máquinas que adivinen qué quieres, sino en herramientas que te dejen pensar con claridad. Y en empresas que escuchen, antes de integrar.